He aquí un
hombre que nació en una aldea
insignificante. Creció en una villa oscura.
Trabajó hasta los 30 años en una
carpintería. Durante tres años fue
predicador ambulante. Nunca escribió un
libro. Nunca tuvo un puesto de importancia.
No formó una familia. No fue a la
universidad. Nunca puso sus pies en lo que
consideraríamos una gran ciudad. Nunca viajó
a más de trescientos kilómetros de su ciudad
natal. No hizo ninguna de las cosas que
generalmente acompañan a los "grandes". No
tuvo más credenciales que su propia persona.
La opinión popular se puso en contra suya.
Sus amigos huyeron. Uno de ellos lo
traicionó. Fue entregado a sus enemigos.
Tuvo que soportar la farsa de un proceso
judicial. Lo asesinaron clavándolo en una
cruz, entre dos ladrones. Mientras
agonizaba, los encargados de su ejecución se
disputaron la única cosa que fue de su
propiedad: una túnica. Lo sepultaron en una
tumba prestada por la compasión de un amigo.
Según las "normas sociales", su vida fue un
fracaso total. Han pasado casi veinte siglos
y hoy Él es la pieza central en el "ajedrez"
de la historia humana. No es exagerado decir
que todos los ejércitos que han marchado,
todas las armadas que se han construido,
todos los parlamentos que han sesionado y
todos los reyes y autoridades que han
gobernado, puestos juntos, no han afectado
tan poderosamente la existencia del ser
humano sobre la Tierra como la vida sencilla
de Jesús.
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